La cantidad y
estructura de población de los diferentes estados no es algo estático, sino que
cambia a lo largo del tiempo en función de variables como la economía, la
política o las costumbres sociales. En el caso de los actuales estados miembros
de la Unión Europea a principios del siglo XX, se desarrolló, debido a un
cambio de tendencia en la evolución de su población, una teoría que explicase
el paso de un modelo demográfico antiguo a otro de moderno, conocida como Teoría de la Transición Demográfica.
El modelo o régimen demográfico
antiguo se caracteriza por un crecimiento de población muy bajo. Las razones de
ello se deben a unas tasas de natalidad (niños nacidos por cada 1000 habitantes
en un periodo de tiempo) y de mortalidad (defunciones por cada 1000 habitantes en
un periodo de tiempo) elevadas, en torno al 40–50‰. Este régimen se ha dado
hasta el siglo XVIII en los países como Gran Bretaña, Francia o Bélgica, y
hasta principios del siglo XX en algunos países subdesarrollados como España,
Grecia o Portugal.
El modelo o régimen
demográfico moderno se caracteriza, a su vez, por un crecimiento de población
también muy bajo, no obstante la diferencia tiene una respuesta estadística. Y
es que las tasas de natalidad y las de mortalidad son moderadamente más bajas,
en torno al 5–15‰. Esté régimen responde a la actual dinámica demográfica que
siguen la mayoría de los estados miembro más desarrollados económicamente,
junto a otras grandes potencias como Estados Unidos o Japón.
Ahora bien, el paso
de un régimen a otro se lleva a cabo a partir de dos fases estudiadas en esta
Teoría.
La 1ª fase de la
transición demográfica se caracteriza por una bajada de la tasa de mortalidad ante
las mejoras en seguridad alimenticia, higiene y medicina, mientras que la tasa
de natalidad se mantiene en valores altos, por lo que el crecimiento de la
población es alto. En esta etapa se encuentran, hoy en día algunos países
africanos como Marruecos, Túnez o Algeria. Y en la 2º fase la tasa de
mortalidad sigue reduciéndose, y la de natalidad empieza a decaer, con lo que el
crecimiento poblacional disminuye paulatinamente.
Finalmente, las tasas
de natalidad y mortalidad se estabilizan en valores bajos, de entre 8–12‰, y el
crecimiento natural de la población se mantiene estable o estancado. Estas características
responden al modelo demográfico moderno descrito anteriormente, incluso hay
algunos estados miembros de la Unión Europea en los que la tasa de mortalidad
supera la de natalidad, produciendo un saldo natural negativo cuando las tasas
de mortalidad superan a las de natalidad.
Estas bajas tasas de
natalidad y mortalidad, junto con el aumento de la esperanza de vida, por los
avances médicos y una mayor calidad de vida, están afectando a la estructura de
población de la Unión Europea. Si analizamos en detalle la actual pirámide de
población para la Unión Europea en datos de 2013 (fig.1), por un lado la alta
esperanza de vida, situado en torno a los 75-85 años, eleva el porcentaje de
personas mayores alcanzando el 18% de ancianos/as mayores de 65 años (la
pirámide de población se ensancha por la cima), mientras que, por otro lado, la
baja natalidad disminuye el porcentaje de niños/as y adolescentes, que
representan el 21% de habitantes menores de 20 años. El porcentaje restante
(61%) corresponde a los adultos, y el sector de población mayoritario es el de
40-50 años. Con estos datos observamos cómo la población europea está
envejeciendo año tras año.
Fig. 1: Pirámide de
población de la Unión Europea (28) en 2013. Datos: Eurostat.
Las consecuencias de
este envejecimiento en el sistema socioeconómico europeo son, por un lado, la
necesidad de aumentar los recursos económicos estatales destinados a las
pensiones y a los servicios sanitarios y
sociales, por otro lado, disminuye la población activa por la menor cantidad de
personas en edad de trabajar, por lo que se produce un desequilibrio entre la
gente que mantiene el sistema de seguridad social y la gente a la que debe
mantener.
Para paliar este
desequilibrio y mantener el sistema de seguridad social existen dos soluciones
principales. Una sería aumentar la natalidad, la decisión de tener hijos es
personal, pero el Estado puede influir con políticas de conciliación
laboral-familiar. Por otro lado, la otra solución consiste en la inmigración.
Ambas soluciones son complementarias, ya que la llegada de inmigrantes además
de sumar gente al mercado laboral, aumenta la natalidad, como se ha visto en
esta última década, especialmente en España.
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