jueves, 5 de diciembre de 2013

RIESGOS NATURALES: PERCEPCIÓN DISTORSIONADA por Irene Laborda


En este primer post me voy a permitir hacer una introducción de lo que serán mis futuros escritos sobre Riesgos y Desastres Naturales. Normalmente pondré mapas de riesgos de diferentes poblaciones para explicar cuáles son los eventos naturales que afectan a cada zona, pero hoy voy a comentar algo que llevo tiempo meditando:


Una de las primeras cosas que me llamó la atención al estudiar geografía fue la escala temporal de los procesos naturales. A los seres humanos, debido a nuestro corto periodo de vida (corto en comparación con la vida de nuestro planeta o de nuestro sistema solar) nos cuesta imaginar un proceso que dura miles o millones de años desde que comienza hasta que termina.


De hecho no todos los procesos naturales tienen concretamente un principio y un fin como entendemos los humanos. En muchas ocasiones los procesos se detienen, pero no siempre finalizan.


Es el caso de los volcanes, o los ríos torrenciales. Que un volcán haga 200 años que no entra en erupción no significa que el proceso de formación y expulsión del magma haya concluido, significa que “de momento” está inactivo.


Cuando se habla de volcanes, la gente es mucho más consciente del peligro que conllevan por lo impresionante del proceso (piroclástos, nubes de ceniza volcánica, lava, Pompeya). Pero cuando se habla de inundaciones, se quita importancia a un proceso, que aunque menos impresionante, es igual o más destructivo y peligroso que un volcán. Además, estadística e históricamente han causado más daños que una erupción volcánica dado que sus tiempos de retorno suelen ser menores y por tanto, en una escala de tiempo humana, suceden más a menudo. Además de que hay más población viviendo cerca de ríos que de volcanes. Según los datos ofrecidos por EM-DAT entre 1900 y 2013 los 10 eventos de inundación más importantes dejaron 6.627.700 muertos y 168.000.000 (000 US$) de daños.


En cambio los 10 eventos volcánicos más importantes entre 1900 y 2013 causaron 81.195 muertes y 2.863.190 (000US$) de daños. Entonces ¿por qué ningún occidental en pleno SXXI compraría un chalet a los pies de un volcán pero sí al lado o dentro de un barranco? ¿Qué hace que percibamos más unos riesgos que otros? En otros países tendré que analizarlo más detenidamente, pero en España y sobre todo en el Mediterráneo creo sinceramente que se debe al aspecto y fisiología de nuestros ríos.


Cuando hablamos de ríos, la gente tiene en  mente el Danubio, el Ebro o el Mississippi, ríos grandes, profundos y con un flujo constante de agua. Pero en la zona mediterránea esta fisonomía no se cumple. Nuestros ríos no siempre son profundos, ni siempre llevan agua, pero no dejan de ser ríos, con una gran fuerza de arrastre en el momento en que si que llevan agua. Por ello dan una falsa seguridad a todos los que al verlos secos durante un periodo aceptable de años (15 o 20 años, por aquello de la noción de tiempo del ser humano que mencionaba antes) creen que el proceso ha finalizado, que no volverán a llevar agua porque son ríos “secos”.


Río Palancia, Sagunto. Imagen propia


Nuestros ríos se llenan tras gotas frías, o temporadas de lluvias cortas pero intensas. Y claro, entonces, todos aquellos que viven cerca de un barranco se echan las manos a la cabeza: ¡Pero si este barranco no llevaba agua desde hace 50 años! ¡¿Quién iba a pensar que habría una inundación?!


Los geógrafos lo sabemos, se advierte de que el suelo de los barrancos jamás debería ser suelo urbanizable. Y su área de inundación debería ser protegida para evitar excesos urbanísticos. En mi opinión, por una cuestión ecológica y medioambiental, por mantener un paisaje único en el mundo (el mediterráneo) pero si nos lo cuestionamos en términos más mundanos o más pragmáticos, que se haga por mantener a salvo a las personas y sus propiedades.


Nuestros antepasados sabían esto, por ello aprovechaban las ramblas y sus vertientes como zonas de regadío, así, sabían que en primavera y en otoño sus tierras de cultivo tenían asegurada el agua. Pero no se les ocurría construirse un chalet en medio de un barranco, en su área de inundación o en plena desembocadura, porque sabían que como dice el refrán “Ni huerta en sombrío, ni casa junto al río”.


Por ello estoy más que segura de que cuando venga la época de lluvias torrenciales, los telediarios se llenarán de noticias con gente llorando y desesperada porque se ha inundado su casa en la C/del Barranquet, en la C/ Rambla o en la AV. De los Juncos. Los topónimos y el propio nombre de la calle ya nos dan pistas sobre qué era esa zona antes de que el ser humano la asfaltara.


Con esto no pretendo que cunda el pánico, pero sí que se tenga en cuenta, que durante años se ha ido construyendo sin tener siempre en cuenta este riesgo tan común. Por muchas presas y desvíos que queramos construir las fuerzas naturales no son predecibles ni controlables al 100% y menos si para ello se hacen chapuzas en lugar de obras de ingeniería con todos los informes y variables en cuenta. Por ello  ciertas urbanizaciones, polideportivos o colegios cada otoño y/o primavera se inundan y cada otoño y/o primavera hay que pagar para reconstruirlo entre todos. Eso sin contar la pérdida de vidas humanas que no pueden repararse.


Para tener una visión más amplia acerca de este tema os recomiendo el articulo de Francisca Segura “Rambles i Barrancs. Els rius de pedres” en la Revista Mètode

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